Villa de Grado - Asturias - España
Crónicas
Mosconas
Gustavo
Adolfo Fernández Fernández
EL MERCADO DE GRADO EN PELIGRO Resulta difícil, casi imposible, imaginarse una mañana dominical en Grado sin su tradicional mercado. La plaza y las principales calles de la villa conforman un cuadro costumbrista que se repite cada domingo (y cada miércoles) desde hace siglos. Los vendedores madrugan más que el propio sol para preparar este lienzo que se va poco a poco llenando con las pinceladas de gentes y mercancías. La paleta de colores incluye los variados productos de la rica huerta moscona, frutas y frutos de temporada, los siempre citados quesos de afuega´l pitu o los panes de escanda, artesanía, herramientas, ropa y calzado, un arco iris de productos de todo tipo. Sin este cuadro del mercado, los domingos moscones serían una galería de arte vacía. Sin embargo, una Real Orden del Ministerio de la Gobernación fechada el 20 de agosto de 1909 ordenaba precisamente la supresión de este mercado de los domingos en Grado; se pretendía aplicar así la ley de descanso dominical pues “no estaba demostrada su necesidad e importancia, ya que existe ya otro mercado los miércoles de todas las semanas”. Pero no adelantemos acontecimientos y comencemos por el principio… Un poco de historia El origen del mercado moscón debemos remontarlo a la propia fundación de la puebla o pola de Grado allá por el siglo XIII. Estas pueblas, que son el precedente de las actuales villas asturianas, fueron creándose jurídicamente durante los siglos XIII y XIV merced a concesiones reales o eclesiásticas y por medio de las denominadas cartas de población. Lamentablemente no se conserva la carta puebla de Grado, pero el contenido de todas ellas era similar y solía incluir la concesión del privilegio de celebrar un mercado semanal. Normalmente también se señalaba el emplazamiento de este mercado y el día de la semana de su celebración para que no coincidiera con el de otros concejos de la zona. La importancia social y económica que adquiere el mercado de Grado se debe sin duda a la posición estratégica de la villa junto a importantes vías de comunicación (el Camín Real de la Mesa y el Camino de Santiago), por ser el centro de una extensa comarca, por las fértiles tierras de su vega y por su proximidad a Oviedo. Precisamente cuando el cronista Alvaro Fernández Miranda nos habla en 1907 de los “concurridísimos y abundantes” mercados moscones, nos dice que “en la capital los llaman la despensa de Oviedo”. A mediados del XVIII había en Asturias 37 mercados semanales (según el Catastro de Ensenada) que se celebraban en las villas cabeceras de comarca. Algunas de estas localidades como Avilés, Gijón, Luarca, Navia y la propia Grado, contaban con dos mercados a la semana. En cuanto a las ferias locales, eran muy importantes y concurridas, duraban tres días y eran las de La Flor y la Florina. En el concejo se celebraban otras dos, la de San Simón adscrita a la parroquia de La Mata y la de Santiago, en la parroquia de Villapañada. A finales de este siglo XVIII, y sobre manera desde el XIX, comienza la decadencia de los mercados periódicos asturianos. La mejora en las comunicaciones, el aumento de la demanda y de la producción de excedentes propicia la paulatina creación de un comercio de tiendas permanentes en detrimento de aquellos tradicionales mercados. Esta crisis se ve ya reflejada en el Diccionario de Madoz publicado entre 1845 y 1850; en lo referente a Grado se dice lo siguiente: “celébranse 2 mercados los miércoles y domingos de cada semana, cuyas especulaciones se reducen a frutos y ganados del país, y 2 ferias anuales, la una el domingo siguiente al de Pascua de Resurrección, y la otra el domingo de Pentecostés; cuyo tráfico consiste en ganados, granos y frutos del país, en paños, ropas de algodón, quincalla, géneros coloniales y ultramarinos”. En el propio Madoz podemos leer que la feria de San Simón de la Mata era “muy concurrida, y se celebra el 28 de octubre en una hermosa campiña a la derecha del río Cubia y cerca de la iglesia parroquial”; en cuanto a la de Santiago en San Juan de Villapañada (o Leñapañada) nos dice que se celebraba el 25 de julio en la ermita de Santiago, y “cuyas especulaciones consisten en ganados, aceite, lienzos, paños, hortalizas y baterías de cocina”. Desde 1852 la concesión de ferias y mercados pasa a ser facultad de los propios ayuntamientos, por lo que debió ser entonces cuando se trasladó a la villa de Grado tanto Santiago y San Simón como Los Prados. Según nos cuenta de primera mano A. Fernández Miranda, a comienzos del siglo XX las ferias mosconas se encuentran en decadencia, aunque también aclara que “conservan parte de su antigua animación; son todavía muy activas la oferta y la demanda por gentes de la provincia y aun fuera de ella”. Por aquellas fechas (1907) se celebraban “La Flor primera, pasada la Pascua de Resurrección, el primer domingo y lunes. La Flor postrera, siete semanas después de la primera, y dura otros dos días”. En este recorrido histórico llegamos así a 1909 y a la mencionada Real Orden de 20 de agosto que “deniega la autorización para celebrar en la Villa de Grado un mercado dominical por no estar demostrada su importancia y necesidad”. Para relatar ahora aquellos hechos me he servido fundamentalmente de una noticia publicada en el número 130 del semanario republicano “La Justicia” fechado en Grado en junio de 1912, y en un escueto comunicado del Gobierno Civil del 28 de agosto del mismo año 1912 y que se conserva en el archivo histórico del ayuntamiento de Grado. ¿El fin del mercado? En 1904 se había promulgado la ley del descanso dominical que, a pesar de que contemplaba excepciones en su aplicación, puso en serio peligro la continuidad del tradicional mercado de Grado. El Ministerio de la Gobernación abre entonces un expediente sobre el mercado dominical moscón y en el que se incluyen informes favorables a su subsistencia, entre otros, de las Juntas Local y Provincial de Reformas Sociales, de los alcaldes limítrofes, de la Compañía de Ferrocarril Vasco-Asturiano o del Presidente de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Oviedo. Sin embargo, tres industriales moscones (del Rellán, del Banzado y del Caliente) acudieron al Ministerio atribuyéndose la representación de varios comerciantes de Grado e instando, sorprendentemente, a que se declarase innecesario este mercado. El alcalde moscón, arropado por otros 117 industriales que firmaron una instancia unida al expediente, reivindica esta excepcionalidad del mercado frente a la ley de descanso dominical. El expediente pasa a informe del Instituto de Reformas Sociales que dictamina “denegar la petición del Ayuntamiento porque no estaba demostrada su necesidad e importancia, ya que existe otro mercado los miércoles de todas las semanas”. Hay que destacar que seis de los vocales de este instituto hicieron constar su discrepancia del voto de la mayoría. Así, el Ministerio de la Gobernación, aún reconociendo el carácter tradicional del mercado, falla en contra de su excepcionalidad por medio de la ya mentada R. O. de 20 de agosto de 1909. El ayuntamiento no se da por vencido y presenta un contencioso administrativo; la sentencia definitiva, que por suerte revoca la prohibición de celebrar el mercado, no fue leída hasta el 24 de mayo de 1912. El artículo de La Justicia concluye con los siguientes párrafos: “Queda, pues, terminado el largo calvario que sufrió el reconocimiento de un derecho indiscutible, cuyo feliz desenlace pone a nuestro pueblo al amparo de nuevas violencias por parte de los poderes públicos, y al amparo también de las asechanzas de quienes no repararon en procurar consumar la ruina de todo un pueblo, porque de esta ruina esperaban sacar provecho, como los chacales que acechan en la sombra la muerte de la víctima para regalarse con sus despojos. El pueblo de Grado no debe olvidar la deuda grande que ha contraído con los denodados paladines que lucharon por sus derechos, pero tampoco debe olvidarse de los Judas que intentaron asestarle por la espalda una puñalada mortal”. Precisamente el comercio local quiso premiar el buen hacer del procurador y abogado que intervinieron en el pleito (señores Armiñán y Suárez Inclán) y les obsequiaron con sendos “objetos de arte”; según el semanario “la Comisión salió por la localidad en cuestación, logrando reunir una respetable cantidad, pues los comerciantes todos reconocen que en ninguna ocasión pudo estar tan justificado el sacrificio de algunas pesetas”. Me cuentan que aquel no fue el único ni el último intento de quitar el mercado dominical; a finales de los años 50 llegó a la villa un nuevo párroco, Don Manuel, que trató de que se respetasen los domingos como día de descanso y asistencia a misa. Como no lo consiguió se instauró la misa de los domingos por la tarde (que aún hoy se celebra) para que los comerciantes y vendedores pudiesen acudir a ella tras cerrar sus negocios. |